Cargan el arma. Se miran íntimamente. Casi como amantes de la misma vida.
Los separa una brisa densa. Sus narices, casi siamesas, se rozan. Esta todo preparado. La orden a punto de pronunciarse. En un momento el pánico se apoderara, por un micro segundo, de sus vidas. Sudan, jeden, pestañean. Los nervios, ahora son, como los latidos de sus corazones: especies en extinción.
Por fin alguien grita. Cogen las armas y se disparan. Cada uno a su propia sien, y en ese devenir de la caída una sonrisa se apodera de sus propias muertes.
En la lapida quedara para siempre, el día y la hora de su deceso. Pero nadie comprenderá, la nobleza de sus actos.
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